SEÑOR, ¡QUE VEA!
Hoy tengo el corazón en carne viva,
Señor, y el alma rota de no verte;
cual pájaro tocado por la muerte
vuelo sin rumbo solo, a la deriva.
La vida se me va en la disyuntiva
de ser o de no ser, de estar inerte
al borde del sendero y de perderte
o de seguir tus huellas de por vida.
Pasa por mi camino, que desea
mi corazón hallarte entre la gente
para gritar con voz esperanzada:
“Jesús de Nazaret, Señor, ¡que vea!”,
igual que Bartimeo, y tu mirada
curará mi ceguera de repente.
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