NOTA DE NAVEGACIÓN

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5 de febrero de 2016

ENTR. 6 > GRANADA EN EL ALMA_1: "Granada, historia y paisajes" y 3 poemas.






RESUMEN DE LA LECCIÓN INAUGURAL DEL CURSO 2009-2010,  TITULADA "GRANADA: HISTORIA Y PAISAJES",  PRONUNCIADA EN LA FACULTAD DE CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA.


Quiero hacer aquí el boceto de un pretendido cuadro de esta ciudad en donde vivo y a la que amo, esta ciudad vieja e inacabada, donde el agua se hace cante, donde el viento se hace gemido y donde el silencio se hace poema: Granada. Unos trazos lo realizará el profesor universitario, otros el poeta y otros lo constituirán las imágenes captadas en vivo en esta ciudad de insomnes duendes y arcanos sortilegios. 
Granada hunde sus raíces, me atrevería a decir, más allá del tiempo, como los mitos, como el misterio. ¿No es misteriosa y mítica esta ciudad en donde la noche se hace blanca nieve en la altura y la luna persiste en su vela no queriéndose ir de su cielo? 

Granada guarda vestigios materiales de muchas culturas, que a lo largo de los siglos llegaron hasta ella o surgieron de su seno, en donde no sólo se asentaron y crecieron, sino que modelaron su alma y su figura de ciudad, su cultura y su genio; porque Granada es túrdula, romana, cristiana, mora, romántica y gitana.
Por los valles de sus ríos, antes incluso de que existiera la ciudad ibérica «Ihverir» o «Elybirge» (Ilíberis), de la que aún se conserva parte de una muralla, debieron pasar los neolíticos pobladores de La Molaina (Pinos Puente), los moradores del poblado del Cerro de la Encina (Monachil), en la Edad del Bronce.
Hasta aquí, a partir del siglo VIII a.C. y adentrados desde las costas granadinas, llegarían los colonizadores orientales: fenicios, que fundaron Sexi (Almuñécar), Salambina (Salobreña) y otros lugares, los griegos, y cartagineses, que entablaron contacto con los autóctonos ibéricos introduciéndolos en la cultura del mediterráneo, como lo demuestran, entre otros, los las armas y utensilios de hierro del granadino Mirador de Rolando o las leonas de Daraoleja de Trasmulas.
Conquistada por los romanos y convertida en municipio (siglo II a.C.), Granada siguió conservando su nombre ibérico (Ilíberis) y ostentando simultáneamente el de Florentia, posiblemente en alusión a su carácter de ciudad “florida” o “fructífera”, que entonces se extendía por la actual Alcazaba, el Albaicín y hasta la colina de la Alhambra. Nuestra ciudad con su provincia fue una de las zonas más romanizadas de la Bética, lo que significó una plena enculturación o adopción de las costumbres, religión, estructura política, social y económica del Imperio Romano. 
Granada debió experimentar en su suelo la presencia del cristianismo desde los primeros momentos de la predicación evangélica, posiblemente traído por cristianos llegados de Roma o desde las costas africanas, algunos relacionados con el ejército como soldados o artesanos y servidores del mismo. Sin menospreciar las tradiciones que atribuyen su cristianización a los Varones Apostólicos, entre los que está San Cecilio,  a las que damos el valor de tales, el hecho incontestable y rigurosamente histórico es que hacia el 300 d.C. esta ciudad,  acoge al primer Concilio de todas las Iglesias de España, denominado Concilio de Elvira, y en el que aparece la firma de su obispo Valerio, muy probablemente celebrado en una iglesia paleocristiana ubicada en la actual parroquia de El Salvador, en el Albaicín. Acontecimiento magno al que asistieron 19 obispos y 24 presbíteros representado a 37 comunidades cristianas, de cinco provincias peninsulares. Este magno evento cristiano de carácter nacional, celebrado nuestra ciudad, es indicio de la consolidación y fortaleza en ella de una comunidad cristiana secular con peso específico en el mapa cristiano de la Península Ibérica. Esta ciudad nuestra tuvo durante el siglo IV como pastor al insigne Gregorio de Elvira (m. 392), defensor de la fe católica, de tan fluido, al que algunos lo han llamado el “Fray Luis de León del siglo IV”.
En la época visigoda, pasadas las invasiones de los vándalos y silingos, tras el paréntesis de la dominación bizantina desde Cartagena, Leovigildo la conquistó para los visigodos. En esta época a la Ilíberis se le unió por la frontera de la Alcazaba una barriada llamada Garnata, ocupada principalmente por judíos y que, con el nombre de Garnata-Al-Yahud, existió durante la dominación musulmana.
Esta Ilíberis cristiana y visigoda, perteneciente a la gran provincia eclesiástica de la Bética con sede en Híspalis (Sevilla), bajo la influencia y el magisterio de sus grandes obispos san Leandro, primero, y, luego, san Isidoro, su hermano, se vio sacudida por la invasión, iniciada en el 711, con la llegada de Táriq Ibn Ziyad a las costas de Tarifa y la derrota de los visigodo, incluida la muerte de su rey Roderico en la batalla de Guadalete el 19 de julio. Rápidamente se produjo la ocupación del sur peninsular con la implantación masiva de poblaciones norteafricanas. Nuestra Ilíberis, convertida en la Elvira musulmana, inició un período, lardo de casi ocho siglos, en el que se consolidó como ciudad medieval única bajo la cultura musulmana. En un principio, dependiente del Califa de Córdoba, hasta que en 1013, descompuesto ya el califato, fue el norteafricano Zawi ben Ziri quien la transformó en reino independiente, fundando la dinastía de los ziríes, que reinó en la ciudad hasta 1238, año en que Muhammad-Ben-Nasr (Al-Ahmar el Rojo), fundó la dinastía nazarí, tras conquistar una vez más Granada. Durante esta dinastía se construyeron los palacios de la Alhambra, uno de los pulmones que dan aire cultural propio a esta ciudad única. El otro lo constituirá la Granada monumental cristiana, expresada en la Cartuja, la Catedral, la Capilla Real, San Juan de Dios, la Basílica de la Virgen de las Angustias, la Abadía del Sacro Monte, y tantos otros.
Porque en 1492, con toma de la ciudad por los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, Granada, sin perder nunca su duende moruno, sería de nuevo incorporada a la cultura cristiana de occidente, convirtiéndose en ciudad europea moderna, con vocación de puente entre los mundos: el oriental, cuyo genio aquí permanece, y el americano, que iba a ser descubierto. Fue precisamente aquí, en la cercana Santa Fe, donde Colón recibió, como sabemos, el beneplácito y apoyo de los Reyes de España para tan importante y trascendental empresa, el 17 de abril 1492.
Desde ese año hasta 1609, año en que Felipe III decretara la expulsión definitiva de los moriscos, ya habían sido todos obligados a bautizarse por real decreto de 1502, Granada fue transformándose en ciudad exclusivamente cristiana, repoblada por castellanos viejos traídos de toda la península. Pronto se convirtió, el terreno estaba abonado por los testigos de la exquisita cultura musulmana que quedaba en su suelo, en centro eximio de las letras y de las artes, amén de un potente foco de reforma religiosa católica (contrarreforma). Testigos de ello son: en primer lugar, la Universidad fundada por Carlos V y por Bula del Papa Clemente VII en 1531. En segundo lugar, sus magníficas construcciones civiles y religiosas: sus monumentos renacentistas del siglo XVI, como el Palacio de Carlos V, la Catedral, etc., el gótico a destiempo de la Capilla Real, y la teatralidad barroca de sus monumentos de los siglos XVII y XVIII, como la Fachada de la Catedral, La Cartuja, San Juan de Dios, etc., que contribuirían a dar a la ciudad el deseado impacto visual simbólico de su recuperada personalidad cristiana, y, en tercer lugar, la Abadía del Sacro Monte, cuyos orígenes estuvieron envueltos, y según algunos deben seguir estando aún hoy, en acalorada polémica, que fue durante cuatro siglos un prestigioso centro educativo, un foco de irradiación religiosa y un remanso de paz, aún no perdida esta última, a pesar del paso de los siglos. En ente primer trazo del emprendido boceto, no quisiera olvidarme de los eximios artistas, literatos y poetas, que han dejado sus huellas en esta ciudad: de Alonso Cano, José Risueño, José de Mora, Juan de Mena, Sánchez Mesa, Martínez Olalla, etc., entre los artistas; de Fray Luis de Granada, de san Juan de la Cruz, de Federico García Lorca, Luis Rosales, etc., entre los literatos y poetas. Tampoco olvidaré a los diversos y brillantes grupos literarios surgidos desde la segunda mitad del siglo XIX, como el que formó la famosa “Cuerda granadina”, la sociedad literaria “El Liceo”, la del “Centro Artístico”, sin olvidar la “Cofradía del Avellano”, que capitaneara Ángel Ganivet. Y para terminar, por premura de espacio y de tiempo, cómo no traer aquí una de las facetas con más personalidad que tiene Granada: su música y su danza. Música que brota espontánea en esta naturaleza privilegiada que constituye el paisaje único que nos alberga, y música surgida del genio, de las manos, de los pies y de la garganta de tantos músicos, cantaores, cantantes y rapsodas, que esta tierra ha dado a luz. Baste citar, como muestra, al gran músico Ángel Barrios, a Enrique y Estrella Morente, a Marina Heredia, a Miguel Ríos, a Los Ángeles, a Carlos Cano, y a tantos otros.
El hoy de Granada, para los que la frecuentamos y/o vivimos en ella, aglutina una mezcla de sensaciones y de sentimientos, a veces contradictorios, que sólo acertamos a concienciar y medir cuando por una u otra razón nos trasladamos a vivir fuera de ella. Entre esos sentimientos el más vivo y doloroso es la nostalgia, fruto de la lejanía y de la ausencia, que se asemeja a la “saudade” o “morriña” de los gallegos cuando están fuera de su tierra; pero, creedme, más intensa si cabe es la nuestra. Así lo experimenté cuando, por razones personales y de estudios, estuve viviendo en Sherbrooke, ciudad universitaria Québec (Canadá) al inicio de los años setenta. Era tanta la nostalgia que tenía de Granada y de los míos, que me sentía morir. Así lo escribí entonces, un gélido y nevado mes de febrero, recuerdo que a altas horas de una noche de insomnio en el siguiente poema:


NOSTALGIA DE GRANADA

¡Lejos,
en la ciudad dormida,
ensueños y quimeras,
hadas de ensueño,
lleva mi vida anclada
tanto tiempo!

Lejos,
a la ciudad Darro,
se escapan mis recuerdos
dejando en carne viva
mi alma de viajero.

Lejos…
tengo...,
que de tanto tener
lejos
me estoy muriendo.

El sol que está dorando
la flor de los almendros
junto a las casas blancas,
lejos,
lo llevo dentro.
No me importa
morir de pena
en esta tierra ausente,
el corazón con lágrimas
lo riego por tenerte.


¿Cómo no sentir nostalgia de su Sierra Nevada y de sus ríos? Porque Granada, por tener, tienes tres ríos: el humilde Beiro, cuyo nombre evoca la presencia de gallegos en esta tierra tras la reconquista, que alimenta al Genil con su caudal misterioso, casi tránsfuga; el Darro, noble, consolador de Tristes, aguador de la Alhambra, soñador, dorado; y el Genil, río de alta cuna, pretensioso, genial, aunque amordazado en compuertas artificiales de reciente factura cuando pasa por Granada.
Granada conforma con su entorno un maravilloso paisaje, fraguado por la naturaleza y por tantos siglos de acción antrópica. Paisaje entre rural y urbano, paisaje natural en las alturas.
¿No habéis visto a Granada y su Vega desde las alturas?, ¿No habéis sentido que se os corta la respiración en esas puestas de sol, en las que el cielo se desangra, acuchillado por el disco de fuego que desciende a su tumba, como cósmico holocausto de redención por Granada?
Así es Granada, o al menos así la veo yo, así la canto y así la siento; pero no encerrada en sí misma, que siempre ha tenido vocación de puente y de frontera, que une y no separa. Granada ha sido a lo largo de la historia, es en el presente y debe seguir siendo en el futuro, la Granada de los mundos y de las culturas, la Granada de Europa, de España y de Andalucía de la que es parte esencial.
 
 II.- POEMAS 




1.- ATARDECER EN GRANADA

El día ya está borracho
de respirar el aroma
de las rosas y los nardos
que el aire le va llevando

a su paso
por las calles de Granada.

Desde el cercano horizonte
el sol viste de colores,
rojos, violetas y ocres,
las colinas y los montes:
estertores
de la tarde, que agoniza.

La fuente llora. La tarde,
que se desangra a borbotones
por las calles y rincones
con el paso de las horas:
amapolas,
que el viento va deshojando.
 
Granada cierra sus ojos
y se encienden sus farolas,
y en el cielo caracolas
de música se adivinan:
granaínas,
que los ángeles entonan.
 
Granada ya se ha dormido,
y se le escapa un quejido
de princesa enamorada,
que dura hasta la alborada
cual lamento
de sus amores al viento.

Vigila su sueño alado
el horizonte nevado
de la sierra. En las alturas
como estrella que camina
se adivina
su alma de peregrina.
 
Yo la miro estremecido
y en silencio la contemplo
en un momento
de eternidad, y suspiro.
[2004]











2.-PUESTA DE SOL EN GRANADA


Está Granada echada en la ladera
vestida de colores malva y rosa,
en un instante eterno en que reposa
en plenitud lo bello y la no espera.

Yo la contemplo atónito, y quisiera
para siempre tenerla como esposa,
antes de que la noche tenebrosa
me borre su recuerdo, si pudiera.

No quiero más belleza, ni la espero,
no quiero más placer ni lo mendigo,
que diluirme en su alma lentamente. 

Pero la noche llega de repente
borrando su silueta y la maldigo
a corazón partido y desespero.