EL PASO DEL TIEMPO
Salí de mí para saber si el tiempo
se detenía en las cosas:
en las cimas nevadas,
en los valles y puertos,
en las plantas y rocas,
en el llanto, en los besos.
Y supe que pasaba a toda prisa
metiéndose por dentro,
hiriéndolos de muerte
como se hiere un sueño
cuando la noche cesa.
Luego me fui a la mar.
Y supe que en las olas
de espuma se mecía con el vaivén del viento,
y vi que en la otra orilla
se hacía arena y silencio.
Luego miré a la gente.
Me asomé a los ojos de una niña de pueblo
y vi que allí pasaba como rosa de mayo
perfumando su pecho.
Luego miré a los viejos,
y el tiempo era nostalgia de otros tiempos
y resignada espera de un inminente luego.
También miré a una madre,
y el tiempo eran sus senos
amamantando hijos,
y sus manos acariciando nietos.
Luego rondé por calles
y plazas y senderos.
Y vi que el tiempo iba,
derribándolo todo,
cual látigo certero.
Ya, de vuelta,
me miré en un espejo,
y, de repente,
vi que el tiempo marcaba
un zigzagueo de surcos en mi frente.
