ESE RAYO DE LUZ
Rumor difuminado de la gente,
cuando la tarde alcanza su declive,
y a lo lejos, despacio,
se esfuma el horizonte del océano.
En la plaza cercana,
de mesas pertrechada,
los vecinos contemplan la deriva
de este vencido día, que ya es historia suya:
onírica quimera,
insípida opereta de estridentes acordes,
de gestos inconexos y mal acompasados,
de riñas, de sonrisas o silencios…
En mi ventana
un pájaro contempla, descuidado,
la agonía de la tarde, que da paso a la noche,
intenso alud de sombra, que todo lo ennegrece.
Enciendo una bombilla,
desafío artificial al proyecto divino
de las noches en sombra.
El pájaro se asusta y vuela en sobresalto
hacia la nada de la noche profunda,
pensándose que en ella podrá dormir seguro;
pero se pierde en soledad infinita.
La noche ya instalada,
los rumores se amenguan
y aumenta de repente el peso de los sueños.
Yo cierro la ventana,
apago rutinario la luz del artificio,
y me dejo, supino, besar por el silencio,
preparando mi alma para el profundo sueño.
Mas un rayo de luz,
minúscula presencia de línea imaginaria
que la luz, al pasar, dibuja en el espacio,
se introduce en la estancia
por una casi ignota rendija del postigo,
haciendo inalcanzable la oscuridad buscada.
Absorto permanezco contemplando el evento
con su etérea presencia,
que evoca en mí la ausencia de oscuridad absoluta,
y una vital euforia brota de mis adentros,
como brota una yema en la rama desnuda.
En medio de la noche
ese rayo de luz se me agiganta,
y, cual dardo certero,
me alcanza y me embriaga,
y plenamente ebrio
me adentro en el mañana.
