LA VIEJA BARCA
Varada en un montículo de arena,
la vieja barca mira hacia la orilla
cercana de la mar, mientras su quilla
muestra la causa de su honda pena:
ya no esgrime ese pecho de sirena,
que las olas surcaba; ya no brilla
su silueta en el agua: maravilla
que soñara Noé, de peces llena.
Yo me acerco en las tardes a su vera
y, en la suave quietud del lento ocaso,
su figura acaricio dulcemente.
Una sonrisa surca por su mente,
al oír que en la vida no es fracaso
aceptar la vejez sencillamente.
