EL
NIÑO Y EL MENDIGO
Al
borde de la estrada recostado,
con
la mano extendida hacia la gente,
que
a su lado camina indiferente,
hay
un pobre pidiendo, acorralado.
Sólo
lleva un abrigo remendado,
una
bolsa y un cánido obediente;
su
mirada es volcán de fuego ardiente,
que
cuestiona al viandante acomodado.
Un
niño se le acerca, una moneda
deposita
en su mano, y la sonrisa
del
mendigo se esboza, aunque concisa.
La
tarde se ha llenado de ternura
con
este gesto, y en la calle queda
un
hálito de amor y de hermosura.
¡Ojalá
que aprendamos de este infante
a
socorrer al pobre mendicante!
(25.01.18)