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TERCERA SEMANA DE ADVIENTO |
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JOSÉ DE NAZARET
Si, en esta Noche Buena, nos acercamos a la Cueva de Belén, veremos a María y a José, su esposo, con el Niño Jesús recién nacido, acostado en el pesebre. En la luz de sus ojos, en sus actitudes y gestos podremos observar una ternura, una felicidad y una paz serena, que nos indican, a pesar de la pobreza del entorno, que ha ocurrido algo trascendental y trascendente. Trascendente porque ese niño, nacido de María, es el Hijo de Dios hecho hombre, engendrado por obra del Espíritu Santo; trascendental porque es el acontecimiento clave de toda la historia humana: ese Niño es hombre y Dios al mismo tiempo, es el Emmanuel [Dios con nosotros]. En palabras del paleontólogo Teilhard de Chardin: ese niño es "el broche de oro de la evolución humana".
Pero - podemos preguntarnos - ¿Qué papel juega José en todo esto?, ¿Quién es este hombre tan comprometido e implicado en este extraordinario nacimiento? Sólo diremos ahora que se trata de un hombre bueno y cabal, trabajador donde los haya, y un hombre creyente, que, como tal, está al servicio de Dios, dispuesto a hacer lo que Él le pida, por muy difícil que pueda resultarle, con la ayuda siempre del mismo Dios.
En José reposa el encargo y la responsabilidad de llevar a buen término a esta Sagrada Familia. Es, por tanto, un hombre imprescindible en el plan salvífico de Dios hacia la humanidad toda. Él cuidará del Niño y de su Madre - y sabemos que así lo hizo - hasta el final de su vida, que debió ocurrir cuando Jesús ya podía hacerse cargo de la carpintería y de su Madre.
José es un hombre santo, digno de ser imitado por cada uno de nosotros en el cumplimiento de su vocación y responsabilidad específica. Pero que, también, puede ser invocado como intercesor ante Dios, a quien bien él bien conoce, y - ¿por qué no? - cantado y ensalzado como hombre extraordinario, que lo es. A él va dedicado el siguiente poema, en estas fechas tan próximas a la Navidad.
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A JOSÉ DE NAZARET
Tu pequeño taller resplandecía,
ornado de herramientas y madera,
carpintero José, sólo a la espera
de que en él se instalara ya María.
Mas de pronto un abismo aparecía
terrible entre los dos, pues cierto era
que por sorpresa ya tu compañera,
antes de convivir, hijo traía.
Roto tu corazón, decepcionado,
repudiarla en secreto decidiste;
pero Dios te pidió que la acogieras,
porque por Él el niño era engendrado.
Le respondiste: haré lo que tú quieras.
Y a los dos en tu casa recibiste.
Hombre fuerte, José, prudente y santo,
a ti mi admiración con este canto.
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